—Hoy me ha vuelto a pasar. —¿El qué? —Me he sentido como un dinosaurio en clase. A veces pienso que ya no valgo para esto. —¿Te sirvo una copa? —Gracias. Miró unos instantes a su alrededor, como rastreando algo con la mirada. Después de dar un sorbo pareció algo recompuesto y se animó a continuar: —Ha aparecido una imagen de un Smartphone en el material que estábamos utilizando y… no sabían lo que era. —Claro, ¿qué edad tenían? —No sé, quince o dieciséis, pero es que no me parece que fue hace tanto. Tuve que explicarles todo, no tenían ni idea, y tampoco parecía importarles mucho, la verdad. Y pensar en la revolución que fue para nosotros, para el mundo. —Creo que es hora de que renueves tu material. ¿Te preparo algo de cenar? —No, no tengo hambre. Y cuando sale el tema de la familia, ya no sé dónde meterme. Creo que lo eliminaré del temario. —He sabido acerca de una nueva moda en ese aspecto. Hablaban de la vuelta a las costumbres antiguas, incluso de volver
Entre resoplidos y caras de hartazgo llegué al banco de madera y me senté como pude. Busqué sin éxito su mirada, pero ella miraba al frente, bien erguida, con las orejas tiesas. Seguro que podía notar mis ojos puestos en ella e incluso me pareció por un momento que se iba a girar hacia mí, pero refrenó su impulso. El repique de sus patas contra el suelo era lo único que se oía en la sala, hasta que la voz del juez con toda su potencia nos sobresaltó a todos: —¡Tortuga! ¡Liebre! Explíquense. Yo miré a mi alrededor, como buscando ayuda, pero antes de tener tiempo casi ni de reaccionar, la liebre comenzó a hablar, o más bien a vomitar una serie de palabras que parecía haberse aprendido de memoria. —Exijo que se le retire la medalla a la tortuga de inmediato y que se me dé una indemnización por los daños causados a mi imagen. Acto seguido el juez me miró, esperando una reacción por mi parte. —Yo… —titubeé. La verdad es que me estaba costando mucho seguir lo que estaba ocurriend