Ir al contenido principal

Entradas

Extinción

  —Hoy me ha vuelto a pasar. —¿El qué? —Me he sentido como un dinosaurio en clase. A veces pienso que ya no valgo para esto. —¿Te sirvo una copa? —Gracias. Miró unos instantes a su alrededor,   como rastreando algo con la mirada. Después de dar un sorbo pareció algo recompuesto y se animó a continuar: —Ha aparecido una imagen de un Smartphone en el material que estábamos utilizando y… no sabían lo que era. —Claro, ¿qué edad tenían? —No sé, quince o dieciséis, pero es que no me parece que fue hace tanto. Tuve que explicarles todo, no tenían ni idea, y tampoco parecía importarles mucho, la verdad. Y pensar en la revolución que fue para nosotros, para el mundo. —Creo que es hora de que renueves tu material. ¿Te preparo algo de cenar? —No, no tengo hambre. Y cuando sale el tema de la familia, ya no sé dónde meterme. Creo que lo eliminaré del temario. —He sabido acerca de una nueva moda en ese aspecto. Hablaban de la vuelta a las costumbres antiguas, incluso de volver
Entradas recientes

El juicio

  Entre resoplidos y caras de hartazgo llegué al banco de madera y me senté como pude. Busqué sin éxito su mirada, pero ella miraba al frente, bien erguida, con las orejas tiesas. Seguro que podía notar mis ojos puestos en ella e incluso me pareció por un momento que se iba a girar hacia mí, pero refrenó su impulso. El repique de sus patas contra el suelo era lo único que se oía en la sala, hasta que la voz del juez con toda su potencia nos sobresaltó a todos: —¡Tortuga! ¡Liebre! Explíquense. Yo miré a mi alrededor, como buscando ayuda, pero antes de tener tiempo casi ni de reaccionar, la liebre comenzó a hablar, o más bien a vomitar una serie de palabras que parecía haberse aprendido de memoria. —Exijo que se le retire la medalla a la tortuga de inmediato y que se me dé una indemnización por los daños causados a mi imagen. Acto seguido el juez me miró, esperando una reacción por mi parte. —Yo… —titubeé. La verdad es que me estaba costando mucho seguir lo que estaba ocurriend

Helado de café, menta y chocolate

       Cuando jugábamos a las canicas todo estaba muy claro. Todos sabíamos las normas. A veces discutíamos, sí, pero si perdías, te resignabas y esperabas a la siguiente partida. Ahora no. Para empezar, hay chicas, con lo que si pierdes, a lo que sea que estés jugando, la vergüenza es máxima. Aunque tampoco se puede decir que juguemos a nada en concreto. Pablo, el mayor de todos, que ahora lleva el pelo engominado y hacia arriba, en forma de puntas, duras al tacto, como un erizo, a veces trae cigarrillos. Dice que son de su madre, que sólo fuma en ocasiones especiales, y que el resto del tiempo, cuando no es ninguna ocasión especial, guarda el paquete en un cajón de la cocina, y no se daría cuenta, según afirma con seguridad, si falta alguno. Todos parecen saber cómo funcionan y se empujan para coger turno y probarlo. Otras veces, las chicas proponen juegos en los que debes escoger a alguien para besar o, aún peor, decir quién te gusta, exponiendo así tu intimidad, como si nada, vulne

El increíble hombre veraneante

  El recepcionista, muy atento, nos entrega las llaves mientras pronuncia unas palabras que no alcanzo a entender. Hay ruido de niños chillando y saltando en la piscina que tenemos justo detrás y que el ventanal que la separa de la recepción no logra atenuar. Y además está la mascarilla, con lo que tampoco puedo leerle los labios. Tampoco es que antes supiera leerlos la verdad. Por la forma que veo que adoptan sus ojos intuyo una sonrisa, así que contesto que de acuerdo y gracias, también con una sonrisa que no sé si apreciará. Solo quiero llegar a mi habitación y estirarme un rato en la cama. No me gusta conducir, me produce una tensión en los hombros y en el cuello que se extiende a veces a toda la espalda. Y no es que haya realizado un trayecto largo, ni mucho menos. Este años hemos decidido que sería mejor ir de vacaciones dentro de nuestra provincia, por si las moscas. Mi mujer se ofreció a conducir ella, como siempre, porque sabe que sufro. Pero sería peor. Si no estoy al volante

Gladiatores in pugna

A la vida se viene a actuar. Hace poco me dieron un papel nuevo, el de gladiador, y como buen actor que soy, he indagado un poco sobre el tema. A pesar de que me gustaría tomar como referencia a un gladiador de la talla de Espartaco, por ejemplo, o Máximo Décimo (el que caracteriza Russell Crowe en la película), la triste verdad es que me siento más identificado con un andabatae ; eran un tipo de gladiadores que, pobres desgraciados, además de ser obligados a combatir por ser presos condenados a muerte, debían hacerlo con un casco sin ranuras, es decir, totalmente a ciegas y sin escudo ni nada. Les hacían enfrentarse entre ellos. Imagínense el espectáculo. Por la cara que puso el médico al darme el diagnóstico, me parece a mí que es más bien algo así lo que me espera. Salí de la consulta como si nada, como si me hubieran dado reposo durante unos días por un resfriado mal curado. No fue hasta unas semanas más tarde que empecé a entender el papel que me había tocado. La gente, familiare

Escuchemos a los clásicos

―No te quejes, a mí me han llegado a tener más de tres meses sobre la mesilla de noche y no me han abierto ni una vez. ―Eso no es nada. Yo no pertenezco aquí; mi dueño me prestó al vuestro y nunca me devolvió. Justo cuando me había integrado con mis compañeros de estantería. De todas formas, no pierdo la esperanza de volver, me mantengo positivo y sé que todo llegará, solo hay que tener paciencia y saber esperar. ―Con los de autoayuda, como tú, pasa mucho, ¿no? Que os presten, digo. Eso he oído. ―Sí, porque la gente quiere compartir todo lo que aprenden con nosotros. Pero no os preocupéis, vosotros también podéis conseguir que os lean más, dejad atrás los temores y luchad por vuestros sueños. No hay obstáculo que no se pueda vencer con esfuerzo y una sonrisa. ―¿Nos ves cara de preocupados? Anda, por qué no te vas a dormir un rato y dejas de darnos la lata con tus discursitos pedantes, que eres muy empalagoso. ―¿Empalagoso, yo? Tengo demasiado respeto por mí mismo como para d